Queridos Hermanos de Capítulo:
Me dirijo a todos vosotros en fecha tan señalada como el viernes de Dolores, para reflexionar en voz alta sobre el sentido de la Semana Santa incardinada en un contexto social tan extraño y que nos está afectando sobremanera.
Y lo hago desde la esperanza, esa esperanza que nos ayuda a ser comprensivos, pacientes, a dar respuesta a las cosas que nos vienen, a vivir con fe lo que nos está tocando vivir, algo tan inesperado, tan incomprensible, tan lamentable.
No pretendo erigirme en vuestro guía espiritual, Dios me libre, pero sí que necesito compartir con todos vosotros estas reflexiones a las puertas ya del gran misterio de la Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Este año todo parece distinto, este año no podremos salir con nuestros hijos y nietos, llenos de alegría, con las palmas y ramos de olivo en las manos a celebrar la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén. Nos lo impide la reclusión a la que nos vemos sometidos, la privación de la libertad de movimiento que nos impone esta pandemia que padecemos. Y, sin embargo, debemos y podemos. Sí, porque la libertad física no significa nada, lo que importa es la Verdadera Libertad, la que todos llevamos dentro, la que anida en nuestro corazón y esa, queridos hermanos, nadie nos la puede quitar.
Y desde esa Libertad, desde ese sentido profundo de sabernos uno, hemos de elevar nuestro corazón para alcanzar la comunión perfecta entre la fe que profesamos y el sentido evangélico de estos días cruciales en la vida de todo cristiano.
Desde esa fe, desde esa esperanza, hemos de buscar el encuentro con Cristo en la plenitud perfecta del Jueves Santo. Hoy más que nunca hemos de darle sentido a esa Santa Cena en la que Dios nos ofrece el legado más grande que un Padre puede dar a un hijo: la certeza de que no se irá jamás de su lado, la certeza de que, siempre que lo necesite, siempre que le busque, estará a su lado, con él, para ayudarle y para escucharle.
Pero ese legado tiene un alto precio. Sí, queridos hermanos, Dios se nos entrega por medio del sacrificio de su Hijo Amado, el enviado por Él para salvarnos, quien entregó su vida para lavar con su sangre la pesada losa de los pecados del mundo.
Por eso hemos de vivir esta Semana Santa de una forma diferente. Quizá esta reclusión impuesta nos permita ahondar más en nuestro interior, buscar con ahínco en el fondo de nuestras almas el verdadero sentido del misterio del sacrificio de Cristo.
No habrá Procesiones, no habrá manifestaciones externas, no podremos acudir a los templos, pero sí hemos de encontrarnos con Dios en nosotros mismos porque nosotros mismos somos templo del Espíritu Santo.
Y, desde esa fe, desde esa esperanza, vivir con total alegría la Resurrección de Cristo, con más alegría que nunca, sabedores que, esa Resurrección nos lleva al principio de esta reflexión, a la certeza de que solo la esperanza, solo la fe en una vida futura nos sostiene, nos alienta y nos ayuda a vencer las dificultades y sacrificios de nuestra vida cotidiana.
Que Nuestro Señor Jesucristo nos bendiga a todos y nos ayude a encontrarle, aun en la soledad, para vivir de forma plena esa fe que hemos heredado y que estamos obligados a mantener y transmitir de generación en generación.
Así sea.
Un fuerte abrazo para todos.
Xavier Catalán AznarLloctinent General